martes, 8 de julio de 2008

Ensayo de la monotonía

Es un día lento, tan lento que el sol tardo en calentar sus rayos para iluminar las faldas de la montaña; un hálito frío cubre toda la mañana el segundero retumba en la ciudad. Las figuras grises se deslizan en los cubículos uno a uno; como hormigas a su hormiguero.
Lentamente exploran sus agendas en búsqueda de una justificación para estar en el recinto que mas parece para sus esperanzas una bóveda para esclavizar sus días.
Transcurre el tiempo y el eco del tecleo tararea en los recuerdos, los ring de teléfono se acumulan en la imaginación; las imágenes de los seres queridos se desdibujan lentamente.
Pasa la mañana el sol a fuerza de lentitud a calentado los vetustos edificios y las calles con su negro azulado asemejan crisoles para fundir el aburrimiento.
Las aromas de los restaurantes inundan la imaginación y al pasar de los transeúntes parecen tentáculos de las viandas apetitosas que invitan a saciar la glotonería.
De nuevo te sorprendes en el lugar donde siempre recibes el menú del día y miras la caricatura de banquete que renovara tus energías para la tarde.
Finalizas con el placido último sorbo del dulce jugo esperando que se multiplique como el vino en la última cena. Regresan de nuevo en hileras eternas con sonrisas que enmarcan sus rostros.
Comienza la tarde se escuchan las voces presurosas; preocupadas por cumplir las metas del día, vuelven las llamadas, la procesión de personas que atender, se hace interminable semejando audición de reemplazos de Caronte para las nuevas generaciones.
Termina la tarde el reloj marca las seis de la tarde y te dispones a regresar al seno de tu hogar vuelve la sonrisa a tu rostro, se iluminan los ojos con los recuerdos de los amados, te despides del portero y eres libre; la ciudad te acompaña en tu recorrido con sus estruendazo ruido y las miles de luces como adorno de navidad.

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